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miércoles, 10 de julio de 2019

A propósito de la reciprocidad entre física y filosofía, en el apartado "El fondo filosófico"


Textos: Dr. Antonio Moreno González



Ernst Mach (1838 - 1916)




Repasando ideas
Einstein consideraba que su actividad científica formaba parte de las contribuciones filosóficas habidas a lo largo de la historia para entender los misterios de la naturaleza. En el libro escrito junto con su ayudante Leopold Infeld La Física, aventura del pensamiento (Buenos Aires, 1939), a propósito de la reciprocidad entre física y filosofía, en el apartado "El fondo filosófico", escriben:
"Los resultados de las investigaciones científicas determinan a menudo profundos cambios en la concepción filosófica de problemas cuya amplitud escapa al dominio restringido de la ciencia. ¿Cuál es el objeto de la ciencia? ¿Qué requisitos debe cumplir una teoría que pretende describir la naturaleza? Estas cuestiones, aun cuando exceden los límites de la física, están íntimamente relacionadas con ella, ya que tienen su origen en la ciencia. Las generalizaciones filosófica deben basarse sobre las conclusiones científicas. Pero, establecidas y aceptadas aquéllas ampliamente, influyen a su vez en el desarrollo ulterior del pensamiento científico, indicando uno de los múltiples caminos a seguir. Una rebelión afortunada contra lo aceptado da como consecuencia, generalmente, inesperados progresos que traen aparejadas nuevas concepciones filosóficas. Estas observaciones parecerán vagas e insustanciales mientras no estén ilustradas por ejemplos de la historia de la física."
Sin embargo, la actitud de Einstein ante el conocimiento fue peculiar como todo en su vida, es decir no exento de contradicciones. Si bien en los comienzos de su carrera estuvo influido por filósofos positivistas como Ernst Mach y el matemático Poincaré, en sus años de madurez se apartó del positivismo, incluso llegó a calificar a Mach como "un mal filósofo", convencido cada vez más de que la formulación de las teorías científicas no tenían porqué estar asociadas con la experiencia de la observación. De su encuentro con Einstein, Karl Popper llega a esta conclusión: "Es nuestra inventiva, nuestra imaginación, nuestro intelecto y especialmente el uso de nuestras facultades críticas para discutir y comparar nuestras teorías lo que hace posible que se desarrolle nuestro conocimiento". Lo que Einstein solía resumir en pocas palabras: "Aquí no hay objetivo alguno, sino sólo la ocasión de entregarse a la agradable tarea de pensar". Así relata Popper la impresión personal que le produjo Einstein:
"Es difícil transmitir la impresión que la personalidad de Einstein hizo sobre mí y sobre mi esposa. Simplemente había que confiar en él, había que entregarse sin condiciones a su amabilidad, a su bondad, a su sabiduría, a su sinceridad y a una sencillez casi infantil. Habla a favor de nuestro mundo y a favor de América que un hombre tan ajeno al mundo no sólo pudiera sobrevivir en él, sino que fuera apreciado y respetado."
En relación con su forma de trabajar y comportarse, son ilustrativas las conversaciones con el hijo de Einstein, Hans Albert, y una nutrida representación de colaboradores de Einstein a lo largo de su vida, radiadas por la BBC en 1966, publicadas por G. J. Whitrow en Einstein: el hombre y su obra (México, 1961). Estas son algunas ideas extraídas de las respuestas de Banesh Hoffmann referidas al tiempo en que él y Leopold Infeld, trabajaron bajo la dirección de Einstein a partir de 1937, tras atreverse a presentarse al insigne científico para que les aconsejara algún tema de investigación :
"Yo tuve la fortuna de trabajar con Einstein. Cualquiera hubiera pensado en ello como una maravillosa oportunidad para ver cómo trabajaba su mente y aprender a convertirse uno mismo en un gran científico. Desgraciadamente, no se producen esas revelaciones. El genio no puede reducirse a una serie de reglas simples para que cada cual las siga.

Cuando llegábamos a un callejón sin salida...todos hacíamos una pausa y entonces Einstein se ponía de pie tranquilamente y decía, en su curioso inglés : "I will a little think" ("Voy a pensar un poquito"). Diciendo esto se ponía a caminar para arriba y para abajo o en círculos, mientras jugaba con un mechón de su largo cabello cano, dándole vueltas con su dedo índice. En esos momentos altamente dramáticos, Infeld y yo nos quedábamos completamente callados, sin atrevernos a movernos ni hacer el menor sonido, para no interrumpir el curso de su pensamiento...Había en su rostro una mirada soñadora, lejana y, sin embargo, interiorizada. No daba ninguna apariencia de concentración intensa. Pasaba un minuto más y otro y, de repente, Einstein se relajaba visiblemente y su semblante se iluminaba con una sonrisa...parecía volver a la realidad y darse cuenta de nuestra presencia. Entonces nos daba la solución al problema   y casi siempre la solución funcionaba."
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miércoles, 3 de abril de 2019

MI CREDO HUMANISTA ALBERT EINSTEIN TRADUCCIÓN Y SELECCIÓN DE TEXTOS: ALFREDO LLANOS Y OFELIA MENGAMI CREDO HUMANISTA ALBERT EINSTEIN TRADUCCIÓN Y SELECCIÓN DE TEXTOS: ALFREDO LLANOS Y OFELIA MENGA


Si anhelamos con sinceridad y pasión la seguridad, el bienestar y
el libre desarrollo del talento de todos los hombres no hemos de carecer
de los medios necesarios para conquistarlos. A. Einstein.
Si anhelamos con sinceridad y pasión la seguridad, el bienestar yel libre desarrollo del talento de todos los hombres no hemos de care-cer de los medios necesarios para conquistarlos.

 A. Einstein.
Si anhelamos con sinceridad y pasión la seguridad, el bienestar yel libre desarrollo del talento de todos los hombres no hemos de care-cer de los medios necesarios para conquistarlos.

 A. Einstein.
Si anhelamos con sinceridad y pasión la seguridad, el bienestar yel libre desarrollo del talento de todos los hombres no hemos de care-cer de los medios necesarios para conquistarlos.

 A. Einstein.

PRÓLOGO

No es fácil discernir si la popularidad de Albert Einstein, que eclipsó a figuras del cine y del deporte, se debió a su condición de creador de las teorías más abstrusas de la física o a su carácter de humanista inmerso en la vida, o bien a su infatigable lucha por la paz, sostenida empeñosamente, sobre todo, durante su residencia en los EE.UU. En un mundo ensoberbecido por la posesión de armas de tremendo poder destructivo se convirtió en intérprete de una misión altamente honrosa, que coincidía con el anhelo de los pueblos indefensos.

Desde su endeble posición de civil armado sólo de su profundo amor al prójimo y su buena voluntad aprovechó su prestigio de científico para sacudir el egoísmo de quienes piensan que la guerra es siempre un excelente negocio y los seres humanos el alimento indispensable que debe mantener esta máquina infernal.
Pocos hombres de su nivel intelectual han dado pruebas tan extremas de altruismo y de generosos sentimientos como este sabio que exhibía la nobleza y a veces el candor y la modestia de los que son realmente grandes.

Todas las tribunas le fueron aptas para movilizar el espíritu de la gente sin distinción de razas ni credos. Estuvo fraternalmente cerca de pacifistas como Mahatma Gandhi, Bertrand Russell y Romain Rolland. Además, prestó su colaboración espontánea y sincera a los movimientos que en su tiempo bregaban por la libertad de las minorías oprimidas.
Se hallaba convencido de que era posible eliminar los nacionalismos fanáticos, y que la humanidad deseaba unirse en favor del progreso y la cultura, para lo cual le era indispensable borrar las fronteras y eliminar el servicio militar obligatorio, al que consideraba una ofensa permanente contra la dignidad humana.

Creía, con Franklin, que no hubo nunca una mala paz ni una buena guerra, aferrado a su moral concreta forjada en la observación y en los hechos.

El pacifismo de Einstein carece de retórica y va directamente a los problemas planteados por el nuevo impulso que la ciencia dio a la tecnología militar. Nadie conocía mejor que él el efecto destructor de las armas modernas, y en cierto modo resulta una ironía que quien descubrió la clave para desintegrar el átomo debía convertirse en el detractor sistemático de su perfeccionamiento y empleo. Se ha pretendido ver en esta actitud del gran físico una flagrante contradicción.

Sin embargo, el científico en su caso y en el de los que le precedieron, pretende arrancarle los secretos a la naturaleza y en esta tarea tan compleja recibe no pocas sorpresas y acepta tremendos desafíos. Su labor no está limitada por factores morales.
La ciencia es ajena a todos los códigos posibles y sólo tiene como norma penetrar en el misterio que le rodea. La tragedia aparece cuando el poder político- dominado siempre por oscuros intereses- decide sobre el uso de ciertos descubrimientos y sus posibilidades de aplicación. Entonces la elección no está en manos del científico ni se le consulta en cuanto al problema ético que puede creársele. En la mayoría de los casos se ve obligado a ceder, acorralado por la tradición, el patriotismo, la defensa de la nacionalidad y otros prejuicios ante los cuales su filosofía moral, siempre débil, si existe, se hunde irremediablemente.
Recuerda él mismo el caso de Alfred Nobel, descubridor del explosivo más poderoso de su tiempo y que, después, quizá para acallar su conciencia culpable, estableció el premio para la paz y otros de orden cultural.

No cabe duda que Einstein, el físico, convertido en una especie de ídolo universal, debió reconstruir su mundo moral a partir de la aparición del nacionalsocialismo. También se vio constreñido a asumir su conciencia judía, hasta entonces un poco borrosa en su mente.
Confiesa, al comenzar la década del treinta, que fueron los paganos quienes le recriminaron su origen racial.
Esta lucha interior del físico con su medio ambiente y su propio pasado se agudiza a medida que los acontecimientos políticos en Europa muestran una resuelta tendencia bélica.
La vida en el viejo mundo se carga de violencia como resultado de la secuela de choques ideológicos, revoluciones, conflictos civiles y rencores que dejó la primera guerra y la mala tregua que se preparó como trampolín para saltar a la conflagración de 1939.
El ajuste de cuentas quedó pendiente.
Los ganadores procedieron con mezquindad y arrogancia; los vencidos no ocultaron su odio y la hora del desquite. Los científicos también tomaron partido, y casi todos fueron beligerantes.

Einstein insiste en que no creó la bomba, pero que sugirió al presidente Roosevelt la necesidad de adelantarse a los alemanes, en nombre de los colegas, que como Fermi, venían trabajando en su preparación.

Se trataba de salvar la civilización y la cultura, y el monstruoso artefacto, un secreto a medias, quedó en poder de las naciones que, según la presunción admitida, representaban, en la contienda, la libertad
 y el derecho. Hay que consignar, en honor de Einstein, el gesto de coraje, muestra de decepción y escepticismo, con que en 1947 expresó:

 “Con toda franqueza declaro que la política exterior de los EE.UU., a partir del cese de hostilidades, me ha recordado la actitud de Alemania en los tiempos del Kaiser Guillermo II, y sé que esta penosa analogía es compartida por muchas personas”.


Desde 1933, fecha en que se incorporó como profesor al Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Princeton, Einstein desplegó una inusitada actividad intelectual.

Sobre, su fama de físico estructuró toda una conjunción de ideas filosóficas de hondo sentido ético y humanista que no obedecían a ninguna escuela determinada, sino a su condición de hombre comprometido con la vida y la dignidad humana. 

Sus escritos, de variado tono, se destacan por una tendencia definida: la instauración de un sistema moral, político y económico capaz de erradicar la guerra y poner al servicio de la humanidad los beneficios de la ciencia y la tecnología, un gobierno mundial, en suma, que dé a la cultura la merecida extensión y le suprima su marbete elitista. 

El saber libresco no ayuda a crear la personalidad y la enseñanza autoritaria convierte al estudiante en un autómata, un rebelde, o un perro amaestrado, según sus propias palabras. 

Einstein es un moralista activo, que advierte la necesidad de atenerse a la conducta leal en las relaciones entre los individuos y los pueblos, una manera de elevar el contenido de la existencia. Y si bien acepta la religión en la forma que cree descubrirla en Spinoza- un panteísmo, de acuerdo con la interpretación tradicional- afirma que la moral pertenece al ámbito humano y...

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las armas modernas, y en cierto modo resulta una ironía que quiendescubrió la clave para desintegrar el átomo debía convertirse en eldetractor sistemático de su perfeccionamiento y empleo. Se ha preten-dido ver en esta actitud del gran físico una flagrante contradicción. Sinembargo, el científico en su caso y en el de los que le precedieron,pretende arrancarle los secretos a la naturaleza y en esta tarea tan com-pleja recibe no pocas sorpresas y acepta tremendos desafíos. Su laborno está limitada por factores morales. La ciencia es ajena a todos loscódigos posibles y sólo tiene como norma penetrar en el misterio quele rodea. La tragedia aparece cuando el poder político- dominadosiempre por oscuros intereses- decide sobre el uso de ciertos descubri-mientos y sus posibilidades de aplicación. Entonces la elección no estáen manos del científico ni se le consulta en cuanto al problema éticoque puede creársele. En la mayoría de los casos se ve obligado a ceder,acorralado por la tradición, el patriotismo, la defensa de la nacionali-dad y otros prejuicios ante los cuales su filosofía moral, siempre débil,si existe, se hunde irremediablemente. Recuerda él mismo el caso deAlfred Nobel, descubridor del explosivo más poderoso de su tiempo yque, después, quizá para acallar su conciencia culpable, estableció elpremio para la paz y otros de orden cultural.No cabe duda que Einstein, el físico, convertido en una especie deídolo universal, debió reconstruir su mundo moral a partir de la apari-ción del nacionalsocialismo. También se vio constreñido a asumir suconciencia judía, hasta entonces un poco borrosa en su mente. Confie-sa, al comenzar la década del treinta, que fueron los paganos quienes lerecriminaron su origen racial.Esta lucha interior del físico con su medio ambiente y su propiopasado se agudiza a medida que los acontecimientos políticos en Euro-pa muestran una resuelta tendencia bélica. La vida en el viejo mundose carga de violencia como resultado de la secuela de choques ideoló-gicos, revoluciones, conflictos civiles y rencores que dejó la primeraguerra y la mala tregua que se preparó como trampolín para saltar a laconflagración de 1939. El ajuste de cuentas quedó pendiente. Los ga-nadores procedieron con mezquindad y arrogancia; los vencidos nolas armas modernas, y en cierto modo resulta una ironía que quiendescubrió la clave para desintegrar el átomo debía convertirse en eldetractor sistemático de su perfeccionamiento y empleo. Se ha preten-dido ver en esta actitud del gran físico una flagrante contradicción. Sinembargo, el científico en su caso y en el de los que le precedieron,pretende arrancarle los secretos a la naturaleza y en esta tarea tan com-pleja recibe no pocas sorpresas y acepta tremendos desafíos. Su laborno está limitada por factores morales. La ciencia es ajena a todos loscódigos posibles y sólo tiene como norma penetrar en el misterio quele rodea. La tragedia aparece cuando el poder político- dominadosiempre por oscuros intereses- decide sobre el uso de ciertos descubri-mientos y sus posibilidades de aplicación. Entonces la elección no estáen manos del científico ni se le consulta en cuanto al problema éticoque puede creársele. En la mayoría de los casos se ve obligado a ceder,acorralado por la tradición, el patriotismo, la defensa de la nacionali-dad y otros prejuicios ante los cuales su filosofía moral, siempre débil,si existe, se hunde irremediablemente. Recuerda él mismo el caso deAlfred Nobel, descubridor del explosivo más poderoso de su tiempo yque, después, quizá para acallar su conciencia culpable, estableció elpremio para la paz y otros de orden cultural.No cabe duda que Einstein, el físico, convertido en una especie deídolo universal, debió reconstruir su mundo moral a partir de la apari-ción del nacionalsocialismo. También se vio constreñido a asumir suconciencia judía, hasta entonces un poco borrosa en su mente. Confie-sa, al comenzar la década del treinta, que fueron los paganos quienes lerecriminaron su origen racial.Esta lucha interior del físico con su medio ambiente y su propiopasado se agudiza a medida que los acontecimientos políticos en Euro-pa muestran una resuelta tendencia bélica. La vida en el viejo mundose carga de violencia como resultado de la secuela de choques ideoló-gicos, revoluciones, conflictos civiles y rencores que dejó la primeraguerra y la mala tregua que se preparó como trampolín para saltar a laconflagración de 1939. El ajuste de cuentas quedó pendiente. Los ga-nadores procedieron con mezquindad y arrogancia; los vencidos nolas armas modernas, y en cierto modo resulta una ironía que quiendescubrió la clave para desintegrar el átomo debía convertirse en eldetractor sistemático de su perfeccionamiento y empleo. Se ha preten-dido ver en esta actitud del gran físico una flagrante contradicción. Sinembargo, el científico en su caso y en el de los que le precedieron,pretende arrancarle los secretos a la naturaleza y en esta tarea tan com-pleja recibe no pocas sorpresas y acepta tremendos desafíos. Su laborno está limitada por factores morales. La ciencia es ajena a todos loscódigos posibles y sólo tiene como norma penetrar en el misterio quele rodea. La tragedia aparece cuando el poder político- dominadosiempre por oscuros intereses- decide sobre el uso de ciertos descubri-mientos y sus posibilidades de aplicación. Entonces la elección no estáen manos del científico ni se le consulta en cuanto al problema éticoque puede creársele. En la mayoría de los casos se ve obligado a ceder,acorralado por la tradición, el patriotismo, la defensa de la nacionali-dad y otros prejuicios ante los cuales su filosofía moral, siempre débil,si existe, se hunde irremediablemente. Recuerda él mismo el caso deAlfred Nobel, descubridor del explosivo más poderoso de su tiempo yque, después, quizá para acallar su conciencia culpable, estableció elpremio para la paz y otros de orden cultural.No cabe duda que Einstein, el físico, convertido en una especie deídolo universal, debió reconstruir su mundo moral a partir de la apari-ción del nacionalsocialismo. También se vio constreñido a asumir suconciencia judía, hasta entonces un poco borrosa en su mente. Confie-sa, al comenzar la década del treinta, que fueron los paganos quienes lerecriminaron su origen racial.Esta lucha interior del físico con su medio ambiente y su propiopasado se agudiza a medida que los acontecimientos políticos en Euro-pa muestran una resuelta tendencia bélica. La vida en el viejo mundose carga de violencia como resultado de la secuela de choques ideoló-gicos, revoluciones, conflictos civiles y rencores que dejó la primeraguerra y la mala tregua que se preparó como trampolín para saltar a laconflagración de 1939. El ajuste de cuentas quedó pendiente. Los ga-nadores procedieron con mezquindad y arrogancia; los vencidos nolas armas modernas, y en cierto modo resulta una ironía que quiendescubrió la clave para desintegrar el átomo debía convertirse en eldetractor sistemático de su perfeccionamiento y empleo. Se ha preten-dido ver en esta actitud del gran físico una flagrante contradicción. Sinembargo, el científico en su caso y en el de los que le precedieron,pretende arrancarle los secretos a la naturaleza y en esta tarea tan com-pleja recibe no pocas sorpresas y acepta tremendos desafíos. Su laborno está limitada por factores morales. La ciencia es ajena a todos loscódigos posibles y sólo tiene como norma penetrar en el misterio quele rodea. La tragedia aparece cuando el poder político- dominadosiempre por oscuros intereses- decide sobre el uso de ciertos descubri-mientos y sus posibilidades de aplicación. Entonces la elección no estáen manos del científico ni se le consulta en cuanto al problema éticoque puede creársele. En la mayoría de los casos se ve obligado a ceder,acorralado por la tradición, el patriotismo, la defensa de la nacionali-dad y otros prejuicios ante los cuales su filosofía moral, siempre débil,si existe, se hunde irremediablemente. Recuerda él mismo el caso deAlfred Nobel, descubridor del explosivo más poderoso de su tiempo yque, después, quizá para acallar su conciencia culpable, estableció elpremio para la paz y otros de orden cultural.No cabe duda que Einstein, el físico, convertido en una especie deídolo universal, debió reconstruir su mundo moral a partir de la apari-ción del nacionalsocialismo. También se vio constreñido a asumir suconciencia judía, hasta entonces un poco borrosa en su mente. Confie-sa, al comenzar la década del treinta, que fueron los paganos quienes lerecriminaron su origen racial.Esta lucha interior del físico con su medio ambiente y su propiopasado se agudiza a medida que los acontecimientos políticos en Euro-pa muestran una resuelta tendencia bélica. La vida en el viejo mundose carga de violencia como resultado de la secuela de choques ideoló-gicos, revoluciones, conflictos civiles y rencores que dejó la primeraguerra y la mala tregua que se preparó como trampolín para saltar a laconflagración de 1939. El ajuste de cuentas quedó pendiente. Los ga-nadores procedieron con mezquindad y arrogancia; los vencidos no




https://www.academia.edu/14180800/MI_CREDO_HUMANISTA_ALBERT_EINSTEIN_TRADUCCIÓN_Y_SELECCIÓN_DE_TEXTOS_ALFREDO_LLANOS_Y_OFELIA_MENGA

PRÓLOGO

No es fácil discernir si la popularidad de Albert Einstein, queeclipsó a figuras del cine y del deporte, se debió a su condición decreador de las teorías más abstrusas de la física o a su carácter de hu-manista inmerso en la vida, o bien a su infatigable lucha por la paz,sostenida empeñosamente, sobre todo, durante su residencia en losEE.UU. En un mundo ensoberbecido por la posesión de armas de tre-mendo poder destructivo se convirtió en intérprete de una misión alta-mente honrosa, que coincidía con el anhelo de los pueblos indefensos.Desde su endeble posición de civil armado sólo de su profundo amor alprójimo y su buena voluntad aprovechó su prestigio de científico parasacudir el egoísmo de quienes piensan que la guerra es siempre unexcelente negocio y los seres humanos el alimento indispensable quedebe mantener esta máquina infernal. Pocos hombres de su nivel inte-lectual han dado pruebas tan extremas de altruismo y de generosossentimientos como este sabio que exhibía la nobleza y a veces el can-dor y la modestia de los que son realmente grandes. Todas las tribunasle fueron aptas para movilizar el espíritu de la gente sin distinción derazas ni credos. Estuvo fraternalmente cerca de pacifistas comoMahatma Gandhi, Bertrand Russell y Romain Rolland. Además, prestósu colaboración espontánea y sincera a los movimientos que en sutiempo bregaban por la libertad de las minorías oprimidas. Se hallabaconvencido de que era posible eliminar los nacionalismos fanáticos, yque la humanidad deseaba unirse en favor del progreso y la cultura,para lo cual le era indispensable borrar las fronteras y eliminar el servi-cio militar obligatorio, al que consideraba una ofensa permanente con-tra la dignidad humana. Creía, con Franklin, que no hubo nunca unamala paz ni una buena guerra, aferrado a su moral concreta forjada enla observación y en los hechos.El pacifismo de Einstein carece de retórica y va directamente alos problemas planteados por el nuevo impulso que la ciencia dio a latecnología militar. Nadie conocía mejor que él el efecto destructor de
PRÓLOGO

No es fácil discernir si la popularidad de Albert Einstein, queeclipsó a figuras del cine y del deporte, se debió a su condición decreador de las teorías más abstrusas de la física o a su carácter de hu-manista inmerso en la vida, o bien a su infatigable lucha por la paz,sostenida empeñosamente, sobre todo, durante su residencia en losEE.UU. En un mundo ensoberbecido por la posesión de armas de tre-mendo poder destructivo se convirtió en intérprete de una misión alta-mente honrosa, que coincidía con el anhelo de los pueblos indefensos.Desde su endeble posición de civil armado sólo de su profundo amor alprójimo y su buena voluntad aprovechó su prestigio de científico parasacudir el egoísmo de quienes piensan que la guerra es siempre unexcelente negocio y los seres humanos el alimento indispensable quedebe mantener esta máquina infernal. Pocos hombres de su nivel inte-lectual han dado pruebas tan extremas de altruismo y de generosossentimientos como este sabio que exhibía la nobleza y a veces el can-dor y la modestia de los que son realmente grandes. Todas las tribunasle fueron aptas para movilizar el espíritu de la gente sin distinción derazas ni credos. Estuvo fraternalmente cerca de pacifistas comoMahatma Gandhi, Bertrand Russell y Romain Rolland. Además, prestósu colaboración espontánea y sincera a los movimientos que en sutiempo bregaban por la libertad de las minorías oprimidas. Se hallabaconvencido de que era posible eliminar los nacionalismos fanáticos, yque la humanidad deseaba unirse en favor del progreso y la cultura,para lo cual le era indispensable borrar las fronteras y eliminar el servi-cio militar obligatorio, al que consideraba una ofensa permanente con-tra la dignidad humana. Creía, con Franklin, que no hubo nunca unamala paz ni una buena guerra, aferrado a su moral concreta forjada enla observación y en los hechos.El pacifismo de Einstein carece de retórica y va directamente alos problemas planteados por el nuevo impulso que la ciencia dio a latecnología militar. Nadie conocía mejor que él el efecto destructor de

PRÓLOGO

No es fácil discernir si la popularidad de Albert Einstein, queeclipsó a figuras del cine y del deporte, se debió a su condición decreador de las teorías más abstrusas de la física o a su carácter de hu-manista inmerso en la vida, o bien a su infatigable lucha por la paz,sostenida empeñosamente, sobre todo, durante su residencia en losEE.UU. En un mundo ensoberbecido por la posesión de armas de tre-mendo poder destructivo se convirtió en intérprete de una misión alta-mente honrosa, que coincidía con el anhelo de los pueblos indefensos.Desde su endeble posición de civil armado sólo de su profundo amor alprójimo y su buena voluntad aprovechó su prestigio de científico parasacudir el egoísmo de quienes piensan que la guerra es siempre unexcelente negocio y los seres humanos el alimento indispensable quedebe mantener esta máquina infernal. Pocos hombres de su nivel inte-lectual han dado pruebas tan extremas de altruismo y de generosossentimientos como este sabio que exhibía la nobleza y a veces el can-dor y la modestia de los que son realmente grandes. Todas las tribunasle fueron aptas para movilizar el espíritu de la gente sin distinción derazas ni credos. Estuvo fraternalmente cerca de pacifistas comoMahatma Gandhi, Bertrand Russell y Romain Rolland. Además, prestósu colaboración espontánea y sincera a los movimientos que en sutiempo bregaban por la libertad de las minorías oprimidas. Se hallabaconvencido de que era posible eliminar los nacionalismos fanáticos, yque la humanidad deseaba unirse en favor del progreso y la cultura,para lo cual le era indispensable borrar las fronteras y eliminar el servi-cio militar obligatorio, al que consideraba una ofensa permanente con-tra la dignidad humana. Creía, con Franklin, que no hubo nunca unamala paz ni una buena guerra, aferrado a su moral concreta forjada enla observación y en los hechos.El pacifismo de Einstein carece de retórica y va directamente alos problemas planteados por el nuevo impulso que la ciencia dio a latecnología militar. Nadie conocía mejor que él el efecto destructor de
PRÓLOGO

No es fácil discernir si la popularidad de Albert Einstein, queeclipsó a figuras del cine y del deporte, se debió a su condición decreador de las teorías más abstrusas de la física o a su carácter de hu-manista inmerso en la vida, o bien a su infatigable lucha por la paz,sostenida empeñosamente, sobre todo, durante su residencia en losEE.UU. En un mundo ensoberbecido por la posesión de armas de tre-mendo poder destructivo se convirtió en intérprete de una misión alta-mente honrosa, que coincidía con el anhelo de los pueblos indefensos.Desde su endeble posición de civil armado sólo de su profundo amor alprójimo y su buena voluntad aprovechó su prestigio de científico parasacudir el egoísmo de quienes piensan que la guerra es siempre unexcelente negocio y los seres humanos el alimento indispensable quedebe mantener esta máquina infernal. Pocos hombres de su nivel inte-lectual han dado pruebas tan extremas de altruismo y de generosossentimientos como este sabio que exhibía la nobleza y a veces el can-dor y la modestia de los que son realmente grandes. Todas las tribunasle fueron aptas para movilizar el espíritu de la gente sin distinción derazas ni credos. Estuvo fraternalmente cerca de pacifistas comoMahatma Gandhi, Bertrand Russell y Romain Rolland. Además, prestósu colaboración espontánea y sincera a los movimientos que en sutiempo bregaban por la libertad de las minorías oprimidas. Se hallabaconvencido de que era posible eliminar los nacionalismos fanáticos, yque la humanidad deseaba unirse en favor del progreso y la cultura,para lo cual le era indispensable borrar las fronteras y eliminar el servi-cio militar obligatorio, al que consideraba una ofensa permanente con-tra la dignidad humana. Creía, con Franklin, que no hubo nunca unamala paz ni una buena guerra, aferrado a su moral concreta forjada enla observación y en los hechos.El pacifismo de Einstein carece de retórica y va directamente alos problemas planteados por el nuevo impulso que la ciencia dio a latecnología militar. Nadie conocía mejor que él el efecto destructor de