Aquí estoy, dispuesto a escribir, a la edad de
sesenta y siete años, algo así como mi propia necrología. [...]
Siendo todavía un joven bastante precoz me percate
vivamente de la futilidad de las esperanzas y anhelos que persiguen sin tregua
a la mayoría de los hombres a través de la vida
Pronto descubrí, además, la crueldad de esa persecución, que
en aquellos años estaba encubierta mucho más cuidadosamente que hoy por la hipocresía
y las palabras deslumbrantes. La mera existencia del estómago condenaba a cada
cual a participar en esa persecución. Además, tal participación hacia posible
satisfacer al estómago, mas no al hombre, en tanto que ser pensante y
sentiente. Como primera salida estaba la religión, implantada en todos los
niños por medio de la maquina tradicional de la educación. Así fue como llegue
-Pese al hecho de que era hijo de unos padres (judíos) completamente
irreligiosos- a una onda religiosidad, que sin embargo, alcanzo un abrupto fin
a la edad de doce años. A través de la lectura de libros de divulgación científica
alcance pronto la convicción de que mucho de lo que decían los relatos de la
Biblia no podía ser cierto. La consecuencia fue una mentalidad librepensadora
rayana en lo fanático, unida a la impresión de que el Estado miente
intencionadamente a la juventud; fue una impresión demoledora. De esta vivencia
nació un sentimiento de recelo contra cualquier clase de autoridad, una actitud
escéptica frente a las convicciones que prevalecían en cualquier medio social
especifico, una actitud que ya jamás volvería a abandonarme, aunque más tarde, perdió
algo de su primitiva virulencia.
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